"Nuestra democracia se cocina en salsa de
injurias". La frase no es una muestra del desencanto ante las
manifestaciones que se difunden por la red, en forma anónima que tratan de
denigrar candidatos con afirmaciones sin sustento. Fue la sentencia de Mario Alberto
Jiménez, allá por 1902, ante los ataques bajos que se presentaban en la campaña
entre Ascensión Esquivel y Máximo Fernández.
Han pasado más de 100 años y persiste la sensación de que
la campaña se vuelve sucia. En realidad, cambian las formas, pero la vieja
pelea entre la campaña rastrera y la campaña de altura se mantiene vigente. La
diferencia estriba, acaso, en que Internet y las redes sociales permiten que
las informaciones que antes circulaban en rumores en las esquinas,
posteriormente en volantes, impresos, periódicos y eventualmente en programas
de radio y televisión, ahora tienen más facilidades para esparcirse en el
internet…
Sin embargo, lo primero en esta materia es liberarse de
falsas apariencias. Lo primero, todo el mundo clama por campañas limpias y de
altura, pero pocos realmente las aprecian. Si en un debate prevalecen
propuestas, suele tildarse de "aburrido". Los programas de gobierno
son leídos por un porcentaje bajísimo de la población, la misma que suele
lamentarse por "la falta de ideas".
Ante ello, surgen variedades de formas de hacer campaña
que solo se pueden gestar a la sombra. Van desde la calumnia a la mentira,
desde estirar la realidad hasta disfrazarla, desde camuflar afirmaciones sin
sustento como denuncias, y alegar que hay conspiraciones para encubrir,
precisamente, la falta de evidencias. Por ello deben recubrirse con el
anonimato o enmascarando la fuente de procedencia de la información.
Empero, las campañas sucias solo tienen el efecto que los
electores le quieren dar. Si los ciudadanos son críticos y las rechazan,
simplemente se vuelven apenas una anécdota. Pero si los ciudadanos caen en el
vicio de las historias sin sustento, en no filtrar la información, pues es
posible que la campaña sucia empiece a ser la protagonista, en detrimento de
las opciones verdaderas que están sobre la mesa: quiénes son, quienes los
acompañas, cuál es la forma de pensar de sus partidos.
Es un asunto de madurez política. Democracias maduras,
requieren electores pensantes, críticos. Que no se limiten a pedir campañas
limpias, sino que sean protagonistas del proceso, pidiendo datos, cuestionando,
buscando información y analizándola. Por supuesto que es más sencillo limitarse
a esperar que otros hagan el trabajo. Pero es el costo de la democracia,
parodiando la frase de Thomas Jefferson, quien apuntó que el precio de la
libertad es la eterna vigilancia. La responsabilidad no puede endosársele a
otros, a menos que socavar la institucionalidad sea indiferente para el
votante. Por ello, en este caso podemos decir que el pueblo tiene la campaña
que se merece. La que decide validar.
Es más complicado que todo lo que hemos mencionado, por
supuesto, pero en el fondo, hay una realidad irrefutable. La diferencia entre
una campaña sucia y una campaña limpia es cada uno de nosotros. Usted, yo,
todos.
POR MARIO BERMÚDEZ VIVES / mbermudez@elfinancierocr.com
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